viernes, 2 de julio de 2010

Con barrotes, sin sonrisa

Vaya, en esta prisión tengo más tiempo para pensar, más que cuando gozaba de libertad y me echaba en una cama más cómoda a mirar la luna, pero seré sincero: en este momento desearía no tenerlo. Todo en lo que puedo pensar es en tu rostro que no está, en tus manos que no me tocan y en tus labios que no pronuncian palabra alguna. Todo en lo que puedo pensar, es en aquellas escaleras y en la brisa marina que me llevaban a querer golpear al primer idiota que se me acercara a pedirme dinero. Lástima que no fue así, lástima que solo tuve que conformarme con maldecir todas las veces que el tiempo me lo permitiera hasta llegar a casa usando el pretexto de la historia que me contaba el conductor del taxi, una triste, una mala, una que haría hervir la sangre a cualquier ser humano racional y a pedir que suba el volumen de su radio para poder mirar a otro lado, fingir que cantaba y que los menores de edad que se quedaron fuera me chupaban ambos huevos, porque yo era universitario “MADURO” y ellos una sarta de cojudos que no sabían ni donde estaban parados y que si habían gastado su platita: a mí qué; porque yo era un “PRODIGIO” que pasó todos sus exámenes con los ojos cerrados y sin estudiar, que tenía notas finales paupérrimas porque había cagado la nota adicional y ellos unos cualquieritas que habían entrado en primera opción porque NO JODAS! Es una universidad particular. Sí, maldije otra vez… pero fue esta vez a mi vacilación y a no decir “¡PARE EL AUTO!”, me di cuenta que las calles vacías gritan de soledad y abrigan a cualquier extraño que camine por sus veredas en esos momentos y también de que aún existe gente que se digna a esperar a que el semáforo cambie de luz.


De cualquier manera, no quiero pensar, aquí no… aquí hace frío y sinceramente no quiero abrigarme, quiero que lo hagas tú.

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Ya sabes que hay en mi mente... ¿Qué hay en la tuya?