lunes, 14 de junio de 2010

Soledad… (1era parte)

Existe entre toda la metrópoli, rodeada de rezagos de rieles y viejos árboles –cuya historia sería tan digna de contar como la de algún libertador- una calle tildada de tenebrosa y egoísta, era esta de un único bloque, de una sola acera, y de una sola puerta que volvía irregular la pared de esta calle. La residencia de los Hebriola que fue heredada desde tiempos virreinales y que ahora le pertenecía al último Hebriola: Mateo.
Hijo único, preso de el ebrio recuerdo de la muerte de sus padres cuando solo tenía 17 años, la burocracia lo salvó de que todos sus bienes quedaran a cargo de alguno de los buitres de sus familiares cercanos que codiciaban su fortuna, ya que cumplió 18 dos meses después de su pérdida; las armas que tuvo que usar para sobrevivir en adelante fueron la arrogancia y el ímpetu que caracterizaban a un buen Hebriola. 
Los años transcurrieron así, y Mateo “El último Hebriola” se dedicó a no hacer nada, embriagarse, romperse los nudillos golpeando la pared y maldecir al universo entero por la desdicha de haber quedado huérfano, pero sobre todo de haberse quedado solo en el mundo.
Raras veces se le veía deambulando por la ciudad, y los únicos accesos a la “realidad” eran los  repartidores de la comida que ordenaba y de las tiendas de productos a quienes miraba ariscamente. Su charla: “gracias, cóbrate” –con voz raspada y enfadada.
Esa era la vida de Mateo Hebriola. Sí, era.
Hoy, investigo las causas de su muerte, me pregunto quién querría fuera de este mundo a este infeliz ¿Por qué sería?¿Codicia de sus familiares, algún repartidor que no recibió propina, tenía alguna relación sentimental? Puedo hacerme miles de preguntas, pero no puedo responder casi nada. Solo esto: Mateo Hebriola Regín fue asesinado, fue encontrado en posición de cúbito dorsal, totalmente vestido, presenta signos de forcejeo, la puerta no fue forzada y hay huellas de zapatos talla 42, así como bolsas de compras y 3 proyectiles de pistola en el cuerpo de la víctima.

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