ella sentía cómo ese portazo, traspasaba sus células y las separaba, tan lejos de su alma como una bala lo haría de su cuerpo. Se apoyó en la pared frente a la casa -cabeza gacha, mirada dividida y cabello empapado por la tormenta- para esperar el bus que la llevaría a “sabe Dios donde”, pero era lejos de ahí.
Por su apariencia, se pudo haber dicho que regresaba de un largo viaje, sin dinero, comida, ni esperanzas; pero en realidad recién lo estaba emprendiendo, era esa la idea, irse sin nada y demostrarse que podía sola, sola con la ayuda de su maleta y algunas rupias.
El destino de su viaje ni siquiera había sido planeado, había salido luego de haberse cansado de ser un objeto para él, y lo había demostrado con grandes pruebas, una de ellas: que la haya dejado ir sin más, parecía –de hecho- satisfecho con la reacción de su ahora ex novia y ella pudo notarlo desde que empezó a abrir su mente para él, sin encontrar respuesta o siquiera reflexión.
- ¿Cuanto por esta baratija?
Se pudo notar cómo los ojos del dueño de la casa de empeño se abrieron chorreantes de codicia, el anillo que le mostraba era enorme, tanto, que lo deseó más para quedárselo que para el negocio
- Chiquilla, no tengo tiempo para idioteces ¿Cuanto quieres?
- ¿Estaría bien cinco mil? –dijo con voz apagada-
Salió con el dinero en la mano, más liberada, no del peso que supone tener ese anillo de compromiso en la mano, sino del peso que cargaba en su alma por este inducirla a mirar atrás, a mirar hacia donde él estaba.
Realmente se estaba quedando sola, realmente había abandonado sus sueños, los había abandonado a mitad de camino, no hubo día soleado para ella ,desde entonces; todo era cuesta arriba, pero todo era real.
Sentía que realmente estaba viva, la gente la miraba distinto de cuando llegó de esa ciudad en donde dejó metas, pensamiento y parte de su alma. No había perdido ni la mitad de lo que ganó en consecuencia de ello: verse valorada, renovada, fresca, y hasta bella. Atributos que no te los da la naturaleza, sino uno mismo, lo tenía todo sin tener nada más que un apartamento, un empleo de ayudante de cocinero, y cinco mil dólares en su cuenta: dinero que nunca tocó porque pudo sola desde el momento en el que salió de su infierno personal y decidió abrirse para los demás.
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