Ignoro qué día es hoy y qué es lo que este pasando a mi alrededor. Jamás imaginé que la soledad consumiría por completo mis esfuerzos por realizar cada una de las cosas que me importan; y en menos tiempo del imaginado, el letargo concluyó en arrebatarme una pequeña sonrisa.
Desenmascarando las ganas que tenía por vivir, me apresuré a llevar la cuenta de cuanto tiempo estuve sin pronunciar palabra alguna a algún ser vivo. 5 años.
Me inundaron las palabras que un día un sacerdote dijo a mi madre “si lo quieres déjalo ir” lo maldije mil veces por haber hecho tan descarada apreciación del amor verdadero. Quizá yo piense que no estar cuando me necesitan es la mejor manera de hacerles saber que de veras me necesitan, pero eso ya es obra de otros cánones sin estigmatizar aún.
Los vestigios de vertiginosos acueductos de rubor y sinsabores de piel, llenaron tus ojos de verdaderos lagos, aquellos que se producen por el derrumbe de un chispazo interior, de un no sé qué muerto, de una vena hinchada.
Este pueda que sea el tentempié que alguna vez juré no terminar, pero también puede ser la pastilla de cianuro que lleve todo recuerdo a donde comenzaron: a nada.
Si esta vez, no logras levantarte por tu cuenta, créeme que sonreiré cuando termines por rendirte, cogeré tus llaves y me iré lejos, de nuevo. No esperemos a que esa fotografía sea editada, editemos más bien la música que se produce al vernos, cada sin-sentido sobre el que hablemos o aquellas “miradas incompletas” que nos demos, reparémoslas y no reparemos en sentir.
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Ya sabes que hay en mi mente... ¿Qué hay en la tuya?